jueves, 28 de marzo de 2013

Martín Ros - El sillón



Los tíos que me criaron fallecieron con pocos meses de diferencia. No habían tenido hijos y eran mis únicos parientes. Nunca me hablaron de mis padres. Un abogado se encargó de los asuntos legales de la herencia y vender la vieja casa me permitió comprar un departamento en el centro.
            No extrañé aquella vivienda desmembrada, de largos pasillos y cuartos cerrados. No podía mantenerla y los deterioros y humedades ya me habían arrinconado en una pieza y la cocina.
            El departamento era pequeño. Un primer piso por escalera. Solo pude llevar algunos adornos y la cama. Desprenderme de la mesa de caoba del comedor, la isla en la viví tantas aventuras y de la araña de cristal, aquel ardiente sol de mis travesías por el desierto, me hubiera afligido de no ser por el buen precio que me ofreció el anticuario. Al resto del mobiliario lo vendí sin ninguna culpa.
            Poco a poco, fui equipando mi nuevo hogar.
            Encontrar un sillón para la salita fue más difícil de lo que había pensado. Durante días recorrí mueblerías y compraventas y no logré hallar uno que me gustara. Extendí la búsqueda a los avisos clasificados y remates. No tuve suerte.
            Un domingo a la siesta, mientras recorría un barrio desconocido, la curiosidad me llevó a entrar en un pasaje. Estaba llegando al fondo del callejón cuando a través de una vidriera llena de polvo, pude observar el sofá que tanto me había desvelado. Se encontraba en el centro del salón y estaba recién tapizado. Parecía ajeno al sucio y desordenado entorno que lo rodeaba. Un paragüero, varias sillas desvencijadas, una lámpara sin pantalla. De un cajón de frutas asomaban un cucharón, una tapa de olla y un puñado de broches de la ropa atado con alambre.
            En un rincón de la puerta del negocio había un cartelito que indicaba que estaba abierto de lunes a viernes de 9 a 18 hs.
            Regresé entusiasmado al departamento. Tenía previsto el lugar para ubicar el sillón y visualicé como luciría. A medida que llegaba la noche comencé a angustiarme. Imaginé que no estaría en venta, que no encontraría la dirección o que alguien se me habría adelantado.
            Esa noche no dormí.
            Me levanté temprano y llegué  al negocio antes de que abrieran.
            El dueño fue puntual y calmó mis temores. Era un hombre bajito y pelado de mirada mansa y sonrisa franca de honestidad y trabajo. 
            Me contó que había comprado el sillón en muy mal estado y que le llevó mucho tiempo dejarlo como estaba. Pagué sin regatear y el hombre se comprometió a llevarlo esa tarde, después de cerrar.
            Regresé al departamento y llamé a la oficina fingiendo estar enfermo. Almorcé y esperé. Cada tanto me asomaba a la ventana. Vi llegar el vehículo y bajé corriendo por las escaleras. El señor se ofreció a ayudarme y subimos el sillón.  Lo ubicamos y antes de irse me dijo que se alegraba de que hubiese sido yo el comprador. Luego, se despidió con una sonrisa.
            El lugar que le había asignado era el adecuado. La sobriedad del diseño y el tono pastel del tapizado inspiraban comodidad.
            Me senté en él.
            Una sensación de bienestar me fue envolviendo hasta que me dormí. Me levanté a la mañana, con hambre y una felicidad que nunca había experimentado.
            Hace un mes que no voy a trabajar y no atiendo el teléfono. Ya no duermo en mi cama.
            Hoy, después de almorzar, me recosté en mi sillón. Una especie de fiebre de pasión comenzó a surgir de su interior. Me desnudé para estar en contacto poro a poro con la piel de esa amante que me acunaba. Me acurruqué entre sus brazos hasta perder la conciencia.
            Abro los ojos.
            El asiento y el respaldo se han convertido en los carnosos labios de una boca succionante.
            Lentamente, mi cuerpo está siendo absorbido.
            Envuelto en un desconocido placer, no me resisto a ser devorado. No temo desaparecer. Es la primera vez que siento la calidez de un abrazo.

domingo, 24 de marzo de 2013

Alicia Diaz, 2 poemas


 


Elección
 
Elijo estar sola o acompañada
contemplar o trabajar
odiar o amar
quedarme o irme
lo que no puede elegir
es el nacer o morir
 
 
Angustia
 
Charcos de miseria.
Levanta el sol en los sembrados.
Ojos angustiados ven
día a día
desaparecer la ilusión.
El sol nuevamente
esparce violento sus rayos
sobre esa tierra ya reseca
 
No da tregua
 
Y las nubes se niegan.
 
Alicia Diaz

sábado, 16 de marzo de 2013

Cristina Ramallo



A Liliana Chavez


he visto
          una mujer entera
con el propio peso de la sangre
y una voz
         / fecunda /
de óvulo y esperma
no ostenta astillas
ni una sola sombra de fracaso
que seguro
visita sus estrellas
he visto una mujer
       de vuelta y media
manejando su cuerpo
con la desnudez de las cenizas
hidalga de follajes
plena de luz    / afanosa /
por enhebrar su piel
           a la piel que la recepta
una mujer sin artilugios
         /  cistalina    /   sutil  /
eterna de gérmenes y polen
he visto
        una mujer entera
respirando a mi lado
como si nada fuera